sábado, 7 de julio de 2012

SIRIA I: PALMIRA

PALMIRA 
 
La Antigüedad no ha dejado ni en Italia ni en Grecia algo comparable a las ruinas del desierto de Siria», así hablaba de Palmira el Conde de Volney en su libro Viajes por Egipto y Siria, de 1788. Siguiendo sus pasos, podremos sentir la fascinación que despierta la ciudad caravanera que, según cuenta La Biblia, fundó el rey Salomón.
Palmira (en árabe Tadmor o Tadmir) fue una antigua ciudad nabatea situada en el desierto de Siria, en la actual provincia de Homs a 3 km de la moderna ciudad de Tedmor, (versión árabe de la misma palabra aramea "palmira", que significa "ciudad de los árboles de dátil"). La antigua Palmira fue la capital del Imperio de Palmira bajo el efímero reinado de la reina Zenobia, entre los años 266 - 272.


Situada en el desierto oriental de Siria, a escasos 200 km de la frontera con Irak, como muestran las indicaciones de la carretera al poco de salir de Damasco, si es posible al amanecer, dadas las temperaturas que se alcanzan en esos lugares.
Conviene realizar una parada técnica en uno de los pocos lugares que están adaptados al turismo, como es el famoso Bagdag Café.
 



A medida que nos aproximamos desde Damasco, la capital siria, se comprueba por qué de todos los enclaves antiguos del Próximo Oriente, Palmira es la que mejor mantiene su identidad: está instalada junto al palmeral que le dio nombre –asirios e hititas la denominaban Tadmor, del semítico tamr, dátil– y separada centenares de kilómetros de cualquier otro núcleo urbano. Lo que hoy se calificaría como aislamiento, durante la época romana (siglo I a. C.-III d. C.) era una posición estratégica. Su situación en medio del desierto y a una distancia equidistante de los ríos Éufrates y Orontes, la convirtió en un lugar de paso para las caravanas de la Ruta de la Seda, la histórica vía que unía Oriente y Occidente. «Palmira es una beduina llorando porque está vestida como una romana», escribió la novelista y poeta inglesa Vita Sackvill-West (1892-1962) en su libro Doce días.
Palmira tiene capacidad hotelera para el turismo, a escasa distancia del yacimiento arqueológico, que a pesar de ser Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, se ha permitido la construcción de un Hotel dentro de las ruinas, una aberración total.
Es un yacimiento extensisimo, dominado por el gran templo de Bel, y atravesado por la gran calle columnada o cardo maximo, que es atravesado por otra peor conservada o decumanus. En las afueras está la zona del valle de las tumbas.
Todo el complejo es de visita libre, y no se cobra entrada, salvo por los urinarios.



La visita es libre como he dicho, así que se puede organizar como se quiera; lo lógico es vistar el templo y la ciudad a la vez,y visitar las tumbas en otra etapa, para terminar el día en el castillo.
Saliendo de la ciudad, adentrándose un kilómetro en las montañas, hay un sitio de paisaje inquietante y desolador, con construcciones como torres cuadradas y macizas. Es el valle de las tumbas. Hay tres tipos de tumbas y fueron construidas en los tres primeros siglos de esta era. Algunas de estas construcciones podían llegar a albergar hasta 500 cuerpos.
Con este nombre se designa a un estrecho valle que se abre paso, entre las colinas, hacia el oeste de Palmira, perforado de hipogeos y erizado de afiladas torres funerarias. La mayoría están en un estado ruinoso, torreones a medio derrumbar que elevan sus descarnados esqueletos de piedra contra el rojo resplandor del cielo de poniente.



La Tumba de los Tres Hermanos adopta la forma de hipogeo, con dos naves abovedadas, en forma de T, perforadas a su vez de los consabidos nichos para sarcófagos. Las pinturas murales de su interior, que constituyen la característica especial de esta tumba, están cada vez más perdidas. Motivos geométricos de hexágonos y círculos entrelazados cubren la bóveda principal, con una roseta central describiendo el rapto del zagal frigio Ganimedes por Zeus en forma de águila, que se lo lleva al Olimpo de copero; en el tímpano del fondo se ve la escena de Aquiles camuflado con vestiduras femeninas entre las hijas del rey Licomedes de Skiros, por voluntad de su padre Peleo, que quería salvarle de morir en la guerra de Troya; y, en los espacios entre nichos, medallones con retratos de los familiares sepultos, sostenidos por los brazos de unos personajes alados que parecen ángeles.






Hay una torre que está casi entera, un esbelto prisma de sillares regulares rematado en una cornisa, conocida como la tumba de Elahbel. Llama la atención la rica decoración de su interior, con pilastras corintias adosadas, con restos de policromía en los techos de casetones de los cuatro pisos, y con las paredes acribilladas de nichos mortuorios vacíos. Hay tiradas aquí y allá estatuas sedentes de buena calidad, retratos decapitados de los antiguos dueños del mausoleo. Visten y se enjoyan con un lujo que poco tiene de romano y mucho de oriental; diademas, broches, cinturones, pantalones estampados y zapatos de fantasía se alejan del gusto helenizante de la época: aquí los partos imponían la moda. Estas figuras mutiladas son las pocas que quedan de los centenares de estatuas funerarias que reproducían los rasgos de todas y cada una de las personas allí enterradas, cada busto identificando su propio sarcófago y el conjunto llegando a crear una verdadera galería de retratos. Y considérese que en una torre de este tipo los difuntos podían alcanzar el número de cuatrocientos. Destacaba siempre el grupo escultórico de la familia principal. El padre y la madre medio recostados en un lujoso diván, a la manera etrusca, con la prole detrás suyo, de pie, supuestamente asistiendo a un banquete funerario. A veces este grupo se asomaba por la única ventana de la torre, situada a gran altura sobre la puerta principal (como queda in situ en la tumba de Kithoth). A veces, presidía la decoración de una cámara subterránea (como la de Yarhai, trasladada al Museo de Damasco).



Se puede observar la grandiosidad del complejo desde la vecina fortaleza árabe de Qala'at Ibn Maan (siglo XVII), asentada en un monte cercano y dominando el lugar, también visitable, y lugar desde donde se puede observar una puesta de sol increible.

 



La principal atracción de Palmira son las ruinas, entre las que se destaca el templo de Bel. Edificado en el año 32 después de Cristo, fue consagrado al culto de Bel, derivación del término babilónico Baal, que significa amo. Era el dios supremo de los habitantes de la ciudad, el dios de los dioses. En el templo, que fue transformado en iglesia en el siglo IV, se hacían sacrificios de animales.


Convertido en fortaleza por los árabes en 1132, el templo conservó su estructura original, por lo que todavía puede verse el pasillo que asciende hacia el altar de sacrificio. El templo principal está dedicado a Bel, el dios más importante de Palmira. Hay también tallas y decoraciones impresionantes sobre la roca: en la entrada del templo, si uno se acuesta en el piso y mira debajo de ellas, se pueden ver los colores originales de los diseños.













La gran columnata de Palmira es la espina dorsal de la antigua ciudad. A pesar de que se construyo a la manera romana sobre este cardo maximo atravesado perpendicularmente por el decumanos, el resto de la ciudad más alejada a estos es de origen oriental, con calles más laberínticas.
El cardo comienza en el arco monumental que se haya en la entrada, donde los lugareños abordan a los turistas para venderles recuerdos. 




A medio camino del tetrapilos, donde se une con el decunmanos, se encuentra el teatro de Palmira, reconstruido en parte, pero realmente bonito, aunque no tan grande como otros de la zona como el de Bosra, absolutamente increible.



A ambos lados de esta calle columnada se encontraban las tiendas y locales de la ciudad, atestados de gente que llegaba en las cravanas de la ruta de la seda, donde se comerciaba con todo tipo de mercancías.


A ambos lados también se puden ver los restos de los baños y del ágora.



Frecuentemente se pueden ver a los habitantes locales atravesando las ruinas con cualquier vehiculo motorizado, algo realmente llamativo para un sitio arqueológico de ésta importancia; parece ser que la UNESCO no colabora mucho en su mantenimiento por temas de ámbito político ( ahora supongo que estará peor debido al conflicto armado...).









Tras la caida del sol, las ruinas quedan vacías de turistas, y merece la pena una nueva visita tranquila, para pasar y contemplarlas bajo la iluminación artificial, y sentir lo que esas piedras han visto a lo largo de los siglos.








No hay comentarios: